Keblinger

Keblinger

De números y desechos de Moria

| lunes, 26 de agosto de 2019
Más de mes y medio en Lesbos y nada ha cambiado. Bueno no, nada ha mejorado, porque la situación se está volviendo cada vez más insostenible.

Otro niño muerto.

Más de 1200 personas saltaron la semana pasada a algún barco y consiguieron llegar a Grecia, de las cuales más de 800 llegaron a Lesbos y están ahora hacinadas en ese campo de concentración de "puertas abiertas" que es Moria. Más de 9000 personas en un espacio en el que oficialmente no deberían haber más de 2500 o 3000 personas. Y todo ello con los guardacostas turcos habiendo interceptado y devuelto en lo que va de mes más de 100 barcos con más de 4000 personas. Una verdadera locura. Pero no nos engañemos, una locura que no va a parar porque a quien se monta en un barco sin saber nadar, por un motivo u otro, hay pocas cosas que puedan frenarle. Como tampoco te frenaría probablemente a tí, ni a mí.

Familias durmiendo a la intemperie porque hace tiempo que dejaron de quedar tiendas o isoboxes disponibles.  Mujeres que lloran desesperadas porque tienen que pernoctar codo con codo (que no dormir) junto a hombres desconocidos, a veces borrachos, justo después de haber pasado por un viaje interminable, horrible y frecuentemente lleno de historias de violencia sexual. Baños y duchas insuficientes, insalubres y lejanas, colas interminables (y peleas) para conseguir comida... Personas con enfermedades crónicas graves para las que no hay ni tratamiento ni medios como una simple silla de ruedas para poder ir a orinar.

Y a las afueras de este vertedero de desechos humanos estamos nosotras, que frecuentemente no podemos ofrecer mucho más que nuestra humanidad. Ahí seguimos cada día, intentando escuchar y ofrecer un apoyo psicológico que es inexistente en esta isla, donde sólo las personas cuya salud mental las ponga en un riesgo vital inminente tienen alguna posibilidad de recibir atención psicológica. Diagnosticado problemas graves a los que no podemos ofrecer, ya no ya derivación a otro lugar europeo donde puedan ser tratados, sino ni siquiera una cita en el hospital o una prueba diagnostica adecuada. Y así seguiremos mientras continue este absoluto bloqueo y parálisis que está viviendo Lesbos, donde la lista de espera para ser trasladado a Atenas (principalmente por problemas de salud) ronda las 1000 personas y semanalmente no se traslada a muchas más de 100.

Y cómo no, ayer volvió a suceder otra desgracia. Anoche murió un chico apuñalado en un pelea con otros chicos. Un menor no acompañado, un niño sin familia. Uno muerto y otros cuantos heridos. Pero eso es lo único que puede ocurrir cuando se mete a casi 600 niños no acompañados en un "módulo seguro" en el que no debería haber más de 160. Conflictos y peleas por los recursos. Niños que crecen en la violencia y, como es esperable, la sufren y no dudan en usarla para proteger lo que creen que es suyo. Cientos de niños que van a crecer rotos y se van a convertir en adultos dañados si nadie hace algo por ellos. 



Estoy segura de que ni yo ni ninguna de las personas que estáis leyendo esto tenemos la solución a este enorme problema. Pero de lo que sí estoy segura es de que encarcelar a seres humanos en una prisión sin techo, despojándoles de toda humanidad, dignidad y derechos no puede ser nunca la solución. Ni jamás podrá traer nada bueno a este mundo. 

¿Cuánto dolor más hace falta para que Europa y el resto de naciones ricas decidan hacer algo al respecto? ¿Cuántos barcos tienen que hundirse en el mediterráneo? ¿Cuántos capitanes de barco acusados o arrestados?¿Cuánto tiempo vamos a seguir pensando que tenemos más derechos que estas personas por haber nacido en otro lugar?

El vertedero sigue creciendo en esta preciosa y paradisiaca isla. Y mientras no queden lugares vacíos donde arrojar desperdicios humanos (como bien decía Bauman), no nos queda otra que seguir poniendo tiritas de humanidad a toda esta basura.





Back to... Moria

| martes, 23 de julio de 2019
Casi todas hemos huido alguna vez de algo, de alguien, de alguna situación. La huida es visceral. Pero la mayoría de nosotras no podemos ni imaginar de lo que tienen que huir algunas personas y lo que tienen que atravesar y vivir durante su huida, para al fin llegar a otro infierno, de otro tipo, pero sin duda infierno. Han venido a quitarnos el trabajo, que apenas nos da para nosotros los que no tenemos culpa de haber nacido aquí, y que por supuesto no tenemos nada que ver con los conflictos que se viven en sus países de origen (léase con ironía).
 
De vuelta en Lesbos. Mi segunda vez en esta isla en lo que va de año y mi tercera en este país en lo que va de crisis migratoria en el mediterraneo/Egeo, aunque esta vez me han tocado nuevos desafíos. 

A mí, que tanto me gusta hacer ecografías, esta vez me ha tocado coordinar el trabajo en la clínica de Moria. Los manuales te enseñan como medir el tamaño de un futuro niño para ver si está creciendo bien, pero nadie de enseña cómo escuchar y rellenar un informe de vulnerabilidad de una mujer que te cuenta, tras varios días intentando ganar cierta confianza y mientras te aprieta la mano con muuucha fuerza, que en Congo ella y sus hermanas fueron violadas por 5 hombres, los cuales torturaron, mutilaron y mataron a algunos miembros de su familia, entre ellos a su padre. Y cómo después se despertó en un hospital tras una intervención quirúrgica que aún desconoce y que nosotras no tenemos forma de averiguar ni explicarle porque eso tampoco está en nuestros manuales. Cómo consiguió huir a Sudan y a Egipto donde la convirtieron en esclava durante casi un año y cómo una vez más logró huir para ir a Turquía donde por supuesto la volvieron a maltratar. Ahora acaba de llegar a Lesbos, no quiero ni preguntar cómo. Me cuenta que está sola y que nada de lo que hagamos le podrá devolver a su familia; y me pregunta si está segura en el campo, si la podemos proteger. Nadie te enseña con que ojos tienes que mirar a esa mujer y contestarle que está mas segura que en Congo pero que no le puedes asegurar eso con certeza, que lo único que le puedes recomendar es que no se mueva sola de noche y que encuentre otras mujeres con las que protegerse mutuamente.
Turquía -  Tan lejos, tan cerca
 Nadie te enseña qué cara tienes que poner si quieres ser sincera cuando le expliques que ACNUR no está recogiendo ningún informe de violencia sexual y tortura que no sea extremadamente grave y urgente; que todos los sistemas de la isla están saturados y que, por muchos paseos que nos demos a diario a todas las oficinas del campo de Moria, su papel se va a quedar durante bastante tiempo en nuestra carpeta y su situación no va a cambiar probablemente en una larga, larga temporada.

Derivaciones hospitalarias bloqueadas, reuniones frustrantes donde sabes que no eres bienvenida desde el primer minuto y donde te obligan a comunicarte en un idioma que apenas controlas. Tumores cuyo tratamiento se pospone demasiado o indefinidamente, analíticas a cuentagotas, volver a rogar, más informes paralizados, embarazadas a punto de parir o familias con recién nacidos que no son trasladadas a un lugar más adecuado. Parece que Lesbos no puede con tanto, se respira en la calle. Pero no importa. Mientras estas personas creen que están en Europa en realidad están en una nueva versión de Alcatraz, donde algunos llevan uno, dos, tres años, comiendo lo mismo, moviéndose en círculos, sin nada que hacer. Y ahora un nuevo gobierno lleno de promesas antimigratorias y conservadoras, con rumores de cierre de campos y encierro de refugiados que no me apetecen nada escuchar, pero que hay saber para contar.


Depués de una intensa jornada por fin volvemos a "casa" (pocos sitios han sido tan "casa"). Salimos a nadar o hacer ejercicio, comemos rico tzatziki, escuchamos música y me río con mis chicas conquenses que igual ponen DIUs, doman al ecógrafo, ponen tratamientos curiosos ;), abrazan a mujeres lloronas o hacen reir a los niños. Mañana ya hay algún que otro informe aplazado que rellenar con más historias de huídas. Mañana, porque nuestros oídos también tienen un cupo diario.

Uno de mis años más duros. Me río para dentro, por no llorar, claro. Duro. Qué sabré yo qué es eso.

Regala tiempo

| martes, 5 de marzo de 2019
El voluntariado es algo que suele verse desde fuera como algo desinteresado, pero eso no es cierto del todo. Todo el que lo haya probado alguna vez sabrá lo adictivo que puede llegar a ser sentirse útil y que en las actividades en las que se invierte tiempo en los demás frecuentemente se acaba recibiendo más de lo que se da.


Los voluntarios invertimos nuestro tiempo y a menudo nuestras vacaciones y dinero. Es habitual que tengamos que dejar en casa las comodidades a las que estamos acostumbrados, que compartamos baño y habitación con otros voluntarios, despidiéndonos de cualquier tipo de intimidad, y que tengamos que adaptarnos a los recursos que tengamos disponibles, como tener que preparar el café por tandas, cocinar con los mínimos utensilios disponibles o tener que organizarnos para que el único coche que hay sirva para todas las gestiones que cada día hay que hacer.



Además, una vez que se ha terminado el trabajo, que pueden llegar a ser 8 agotadoras horas, hay que encargarse del resto de tareas, como limpiar y esterilizar el instrumental o hacer inventario de la medicación. También hay que encargarse de las cosas de la casa, como la limpieza, la colada, las compras y la cocina. En nuestro caso todas esas tareas han sido intensas, ya que debido al terrible invierno la casa acabó llena de moho y hubo que limpiar y frotar todas las paredes, a la vez que se realizaba una, al parecer, casi imposible cruzada para encontrar un nuevo piso en una zona logísticamente mejor. Y por si todo fuera poco, el coche de la organización fue requisado por parte de las autoridades griegas, con multa de 5000 euros a mi compañero, de una forma incomprensible e injustificada, lo que complicó nuestra existencia y la de la Ong y provocó que todos gastasemos una gran cantidad de energía, aparte del dinero que hace falta para alquilar otro vehículo con el que movernos mientras se consigue solucionar el asunto. Todo esto hace que cuando llegue la noche todo el mundo acabe agotado.


Pero nosotros, los "occidentales" que nos podemos permitir coger unas vacaciones y pagar un billete de avión, no somos los únicos voluntarios. Para que un proyecto como el de Rowing funcione tiene que colaborar mucha más gente. Primero, gente comprometida desde el lugar de origen, en este caso España, donde un montón de gente dedica tiempo y energía a preparar protocolos, actualizar inventarios, buscar y organizar voluntarios para el terreno y, sobre todo, buscar financiación y socios o colaboradores. Porque claro, todo esto que he contado antes, tanto la medicación como la vivienda y el transporte, cuesta dinero. Pero a parte de toda esta gente también hay otros voluntarios que son parte imprescindible de los proyectos: los mediadores culturales y traductores, sin los que, por mucho inglés que hablemos, no somos nada. 

Estos mediadores culturales suelen ser refugiados que hablan varios idiomas y que también aportan su tiempo de forma prácticamente desinteresada. Nos hacen de puente con personas que vienen de un contexto cultural y social muy diferente, y todo ello teniendo que decir cada pocas semanas adiós a personas a las que, sin poder remediarlo, acaban cogiendo cariño. Al igual que nosotros, cuando ellos llegan a casa tienen muchas tareas o responsabilidades, en este caso tareas más importantes como cuidar de los miembros de su familia y luchar por conseguir llegar a la tierra prometida, pero con una gran diferencia: ellos no tienen una visa o mastercard que haga más fácil su vida, no pueden marcharse de la isla dentro de unas semanas (ni años incluso) y, por supuesto, no pueden volver a su casa donde, aunque ya no salga en las noticias, siguen poniendo bombas y cortando cabezas. Así que sí, una vez más todos nuestros sacrificios e incomodidades son una tontería al lado de las suyas.

En estas semanas he tenido la gran fortuna de conocer y trabajar con personas maravillosas, entre ellas Laila y Kazim, afganos, como la gran mayoría de las personas que viven en Moria y que atendernos en la clínica. Laila, dulce como el azúcar con un poquito de café que le gusta tomar de vez en cuando, y Kazim, tímido pero capaz de hablar con mujeres mayores sobre pudorosos asuntos ginecologicos. Ellos hacen nuestra vida infinitamente más fácil en Lesbos y nos dan cariño aun sabiendo que nos vamos a marchar. Es difícil despedirse de personas así, a las que no es fácil ayudar a salir de allí, sin estar segura de si las volverás a ver y sin saber que será de ellas en el medio o largo plazo. No se puede evitar dejarles un trocito de corazón, pero no puedo ni imaginar lo difícil que será para ellos vernos marchar a nosotros, escuchando frecuentemente que "no queremos irnos de allí" cuando ellos harían lo que fuera por marcharse a otro lugar. 


Además me apena ver que las organizaciones pequeñas, que son las que definitivamente no derrochan sus recursos, frecuentemente no cuenten con los suficientes medios como para asegurar que estas personas puedan tener el salario que se merecen después de trabajar tan duro. En cualquier caso ellos, como nosotros, también reciben otras cosas a cambio, como la satisfacción de ayudar a sus paisanos y la posibilidad de establecer contactos y lazos con gente de otros países que no dudarían en ayudarles en todo lo posible. 

En fin, ahora, de nuevo entre silla y silla de aeropuerto, me acuerdo del miedo que tenía hace un par de semanas mientras me dirigía a Lesbos. Y me paro a pensar en que quizás ahora tengo incluso más miedo que antes de volver a la rutina, ya que todas las cosas vistas y vividas se digieren al llegar a casa, y aunque la vida siga la persona que vuelve nunca vuelve a ser la que se fué, ya que dejó algunas cosas allí y se trajo otras nuevas. 


Yo por mi parte seguiré remando desde España, formando parte del equipo tierra de Rowing, y os animo a colaborar en encontrar posibles voluntarios que den continuidad al proyecto (donde por cierto ha sido imposible encontrar relevo ginecólogico para mí este mes), pero también de forma económica, aportando, quien pueda, lo que pueda. Si sois de los que no os hacéis socios de grandes ong porque no os fiáis, organizaciones pequeñas como Rowing Together celebran cada vez que consiguen un socio que aporte uno o cinco euros al mes, y puedo dar fe de que ninguno de ellos se derrocha. Así, ojalá pronto no tengamos que "abusar" del buen corazón de todas las Lailas y Kazims que hay por el mundo, y sólo lo hagamos de los que tenemos tiempo y dinero suficiente para hacerlo, entre otras cosas, por satisfacción personal.


Me despido con una reflexión: no hay mejor regalo que nuestro propio tiempo.

Hasta la próxima!


Donaciones: CCC: ES37 0081 0316 08 0001 329642 BIC CODE: BSABESBB
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Remando juntas

| lunes, 4 de marzo de 2019
Lesbos, junto con otras partes de Grecia, se ha convertido en una zona de crisis. Esto ya no es una zona de tránsito en la ruta de migración desde Oriente Próximo, Asia y Africa; se ha convertido en una de las barreras que la Unión Europea ha puesto para impedir que estas personas lleguen, de hecho, a Europa. 



En la isla hay algunos algunos campos de refugiados, el más grande y principal es Moria, que no es un campo sino un punto caliente por el que todos los "refugiados" (y entrecomillo porque muchos de ellos nunca obtendrán ese reconocimiento oficial en Europa) tienen que pasar una vez que bajan de la barca y son detenidos por la policía. Además será el lugar donde muchas de estas personas que llegan pasen años, sí, años de su vida, sin nada que hacer. 

Moria, un antiguo centro militar, es un lugar verdaderamente feo, pero no sólo feo sino conflictivo e incluso peligroso a veces. Las personas que allí viven, hacinadas en tiendas y contenedores, tienen libre acceso para salir y entrar del campo, pero los voluntarios y personas que no trabajamos en el propio campo tenemos prohibida la entrada.

En el campo no es nada raro que se produzcan altercados y peleas, sobre todo en lugares como la "cola de la comida",  donde incluso te recomiendan no ir si al final entras al campo. Ni hay que decir que en esa cola de comida se reparte todos los días prácticamente lo mismo, una comida baja en nutrientes, verduras y proteína, que no entiende de niños y adultos.

Pero en todo este caos y desesperación han nacido y coexisten muchas iniciativas y organizaciones que reparten esperanza, motivación y que intentan incluso fomentar la convivencia de autóctonos y migrantes. Y con ellas muchas personas que se han desplazado a la isla a intentar aportar su granito de arena y que sufren a veces un verdadero acoso por parte de las autoridades y las mafias.

En estas semanas he tenido la oportunidad de conocer y visitar algunas de estas organizaciones, aunque con tanto jaleo no me ha dado tiempo a colaborar de alguna forma con ellas.



Existen organizaciones de fondo jurídico, que asesoran a los refugiados sobre los procesos de entrevistas y asilo, y otras que hacen actividades con los niños y los sacan del campo por unas horas.


En ese sentido hay dos orgazaciones que están haciendo una labor impresionante. La primera es Home for All, la Ong griega de Katerina y Nikos, pareja que comenzó a ayudar a inmigrantes en 2014 y que ahora ofrece un lugar donde los refugiados pueden salir de Moria para disfrutar de una comida sentados alrededor de una mesa, además de aprender música, inglés u otras actividades. Además, ellos reparten comidas adaptadas a colectivos más vulnerables, como personas diabeticas o mujeres embarazadas. Home for All (https://www.facebook.com/HomeForAllOfficial) es un lugar donde griegos, refugiados y voluntarios se unen para compartir una comida respirando tranquilidad o para celebrar un evento comiendo y bailando, entre otras cosas.


El segundo proyecto es el de Julio, que con su Movil Kitchen (https://www.facebook.com/movilkitchen/), una cocina instalada en el contenedor de mercancias, reparte cada semana cientos de comidas que, además de ser mucho más nutritivas y variadas que las que se reparten en Moría, están buenísimas y hechas con mucho amor por él mismo y por refugiados. Además, Julio es el encargado de que los voluntarios de Rowing Together no pasemos hambre a mediodía y nos prepara desde un potaje de garbanzos hasta una paella, siempre acompañados del impresionante pan tipo pita (o sábana, como a mí me gusta llamarles) preparado por refugiados afganos y que es el culpable de que a la vuelta no me pienso pesar en al menos un mes.



Otro proyecto muy importante es el Hope Project (https://www.facebook.com/HopeProjectKempsons/), donde aparte de un almacén de ropa, hay un centro de artes, donde los refugiados pueden ir a aprender a pintar, hacer ceramica o a tocar un instrumento y donde desde que entras se respira paz y tranquilidad, a la vez que te sobrecogen las obras que cuelgan se las paredes y que a veces parecen de pintores experimentados.


Otras iniciativas han nacido de mano de autóctonos, como Nan, un restaurante en el centro de Mitilene, creado por cuatro mujeres para ayudar a la integración de los inmigrantes, que trabajan en el local, y donde se come una comida mediterránea y oriental que además de estar mucho más que deliciosa es repartida entre los más necesitados en caso de sobrar, asegurándose de que no se desperdicia nada. 

Y entre tanta iniciativa y gente buena (y no tan buena y que intenta sacar tajada de la crisis) en la clínica de Rowing hemos seguido recibiendo todos los días a muchas mujeres, algunas con problemas y otras con las que nos reímos mucho, cómo la señora de 22 años en papel (y más de 22 en cada pata en la realidad) que no deja de visitarnos y de decirnos con una gracia innata que a los médicos les encanta jugar con su útero.  Aparte de hacer ecografías, tratar problemas médicos y explicar cosas de la fisiología normal de la mujer que ellas piensan que son un problema, nuestra tarea, consiste también en asegurarnos que tanto las embarazadas como las mujeres supervivientes de violencia sexual son reconocidas como más vulnerables y obtienen la ayuda que necesitan. Eso requiere normalmente rellenar varios papeles, contactar con otras organizaciones y numerosos paseos de nuestra coordinadora Fabiana desde la clínica hasta el campo y volver.


Una vez que has comprendido un poco como funcionan estos procesos y el puñetero ecógrafo, que junto con un máster en matemáticas y dos o tres aplicaciones y tablas en el móvil hacen posible comprobar que todo vaya bien en el estado y crecimiento de los futuros bebés de Moria, ya es prácticamente el momento de darle el relevo al siguiente equipo.

Y dentro de este y otros caos ha discurrido mi segunda semana en Lesbos, donde las mujeres no han dudado en regalarme una buena despedida, con un ataque epiléptico para comenzar la última mañana, junto con una amenaza de parto prematuro, un embarazo con unas varices del tamaño de un puño, un aborto incompleto, una sospecha de retraso de crecimiento intrauterino y varias derivaciones al hospital y otras organizaciones médicas. En conclusión, con una buena migraña para terminar la semana! Y una buena cena por supuesto :)

Ahora es tiempo de volver a casa y dejar a Rocio, matrona que ha trabajado codo a codo conmigo en los últimos días y que no ha dejado de esforzarse en aprender todo lo posible sobre ecografía y otras cosas, y a Omar, medico de familia, a cargo de la clínica, ya que finalmente no se ha podido encontrar a ningun/a ginecólogo/a que me diera el relevo. Seguro que ellos seguirán cuidando de las mujeres lo mejor que puedan. 

Un día en Moria (alerta sensible)

| lunes, 25 de febrero de 2019

La primera semana ha pasado rápido y llena de altibajos, como el tiempo que parece estar tan loco como la situación que se vive aquí. En la semana hemos pasado de vestir manga corta durante el día a ponernos toda la ropa que tenemos, ver caer copos de nieve al lado del mar y tener que cerrar todas las contraventanas para que no salgan volando.

En la clínica ocurre lo mismo y el trabajo puede ser muy variable, dependiendo del personal sanitario que nos encontremos en esa semana en la clínica, de la llegada de nuevas personas procedentes de los barcos de Turquía e incluso de las condiciones meteorológicas, que pueden hacer que sea poco apetecible y poco práctico salir bajo la lluvia o que haya cosas que corran más prisa, como aprovechar el sol para lavar y tender la poca ropa que tienen.

Por nuestra parte, los voluntarios también oscilamos en nuestro estado de ánimo, y esto también varía según el trabajo en la clínica y la meteorología, pasando de la alegría y los buenos ratos a la tristeza, rabia o enfado. La situación de las personas que vemos, lo que podemos y no podemos hacer por ellas y la increíble burocracia e incluso la persecución que los voluntarios y las ONG llegan a sufrir en esta isla hace que de vez en cuando nos atrape el pesimismo, y es entonces cuando dejamos de ser voluntarios y tenemos que asegurar los unos que los otros vuelvan al camino, casi siempre con una bebida o, mejor aún, una deliciosa comida griega (no sé como volverá mi salud mental pero mi cuerpo va a volver rodando de Lesbos de tanto Tzatziki y humus...).



El primer par de días en la clínica resultaron más o menos tranquilos, gracias a que el equipo médico era más extenso, lo que hizo posible que las horas pasaren rápidas entre ecografías y controles de embarazo y que la llegada no fuera tan estresante. Ahora la dinámica es diferente, ya que el tamaño del equipo sanitario se ha reducido drásticamente y eso significa que prácticamente todas las mujeres que llegan a la clínica deben pasar antes o después por mí consulta. Afortunadamente hemos contado con la gran ayuda de algunas estudiantes de medicina, que junto con los mediadores culturales (aka traductores) hacen que las consultas sean más dinámicas y que los días no lleguen a ser imposibles. 

La clínica de Rowing Together es un lugar seguro para las mujeres, o al menos eso se intenta en todo momento, y está situada en una tienda cedida por MSF justo enfrente del campo de Moria. Es una pequeña clínica donde las mujeres, a veces paciente, a veces impacientemente, esperan su turno sentadas en un banco de madera con un númerito de cartón en la mano. Pero esta no es una sala de espera corriente. En el mundo hay pocas salas de espera con mujeres más valientes que éstas, que han huído de sus casas con lo puesto, caminado durante meses y sobrevivido a la naturaleza, a guerras y a todo tipo de tratos inhumanos. Son mujeres fuertes, supervivientes, que te miran con respeto o admiración. Y lo más triste es que probablemente nunca nadie les ha dicho antes que en realidad son ellas las que son dignas de admiración.

Aqui los días pasan rápido, a veces entre risas con las mujeres y los traductores, pero entonces llega una chica de apenas 15 años que fue violada durante el largo trayecto de huida desde su país de origen. Nadie te enseña cómo hacer que una (desgraciadamente ya no tan) niña te cuente lo ocurrido, y luego tranquilizarla y convencerla de que te deje explorarla para ver si hay algo físico que deba y pueda ser tratado. Conseguir todo eso y luego tener que tragarte que no puedes ayudarla a conseguir un estatus de vulnerabilidad que mejore sus condiciones en el campo porque la violación ocurrió hace demasiado tiempo hace que la chica se marche, quizás un poco más tranquila, aunque casi en la misma situación. Pero en el realidad no se va, se queda presente en el ambiente durante todo el día.


Y el día debe continuar, sin mucho descanso de hecho, ya que muchas mujeres llevan esperando horas. Y entre gestaciones poco o nada controladas, embarazos deseados que nunca llegan, embarazos no deseados que ya no pueden ser interrumpidos, infecciones vaginales y anticonceptivos llegan ellas. Hermanas. Hermanas de sangre (nunca mejor dicho), de violación y de quien sabe cuántas desgracias y barbaridades. Una de ellas tan destruída que ni habla, ni cuenta, ni prácticamente levanta la cabeza, porque para ella la vida ya no tiene sentido. La otra, cuidadora, valiente también, me cuenta su historia mirándome a los ojos, y me deja ver las secuelas de aquel desastre, aunque me dice que soy incapaz de imaginar por lo que ha pasado. Y aunque os ahorraré los detalles de las infecciones ginecológicas que aquellos malnacidos le han dejado como regalo y que ni siquiera puedo tratar en la clínica, no os ahorraré el macabro desenlace de que el medico que suturó sus heridas no dudó en suturar un poco más de la cuenta. Ingenua de mí (o pobre de mí en shock) le digo que puedo solucionarle eso de una forma sencilla y no dolorosa, pero rápidamente caigo, y ella me confirma, que esa mutilación genital es necesaria para probar de cierta forma su valía si un decide casarse.

Estas hermanas no se quedan en el ambiente durante un rato. Ellas siguen en mi (nuestras) cabeza todos los días, y sospecho que van a seguir estando durante mucho tiempo.

Nadie te prepara para estas cosas en la facultad de medicina o en la residencia. Pero nadie preparó tampoco a estas mujeres para lo que iban a tener que sobrevivir. Tanto yo como el resto de los voluntarios seguiremos acompañando a estas mujeres, ofreciéndoles un lugar seguro donde compartir su historia e intentando ayudarles en lo que sea posible. Yo por mi parte seguiré haciéndolo de la única manera que sé hacerlo, sin escudo, mirando a los ojos, tocando y asegurándome de que sepan que me quito el sombrero ante su fortaleza. En definitiva, remando a mi manera ;)









Proyecto Suzanne

| miércoles, 20 de febrero de 2019
Recuerdo a Suzanne. Recuerdo todo lo que pasamos mi compañera de fatigas Eva y yo para conseguir que nos enviaran desde el España el tratamiento que ella necesitaba.

Una mujer desamparada con estudios universitarios, no tan diferente a nosotras. Y recuerdo tener que hacer malabares cuando por fin lo conseguimos, dentro de una ambulacia con las ventanas tapadas, con la luz de un frontal y sin disponer del mínimo material necesario. Un simple procedimiento que no tardo en realizar más de 3 minutos en mi lugar de trabajo.

Me alegro de que Suzanne no esté aquí, de que ya no duerma en una tienda de campaña o en un contenedor. Ella y su familia fueron de los afortunados que consiguieron salir de este infierno, aunque estoy segura de que preferirían estar en su casa, en su ciudad.

Aunque ella ya no está sí quedan otras miles de personas atrapadas en campos como el de Moria. Pero aquí no debería quedar nadie, y yo debería estar pasando mis vacaciones en una isla griega como ésta, pero tomando el sol y con los pies en remojo en vez de repartiendo cuidados básicos

Repito experiencia con Rowing Together, dos años y medio después, en un nuevo proyecto de atención ginecológica llamado Suzanne. También repito compañero, mi querido amigo Jorge James, así que al menos tengo la seguridad de que por duro que esto sea pasaré por ello en la mejor compañía.

Desafortunadamente tenemos que seguir remando.

Breve vuelta a las andadas

| sábado, 16 de febrero de 2019
Hola familia!

Aunque parecía que nunca iba a ocurrir, he vuelto a coger maleta y boli 😊 aunque no se cuánto me durará esto último...

Con el pelo corto (muy buena elección para no coger piojos según mi hermana 😂) y el corazón revolucionado, como casi cada vez me he embarcado en alguna locura, escribo desde un aeropuerto camino a Lesvos (Grecia), donde pasaré dos semanas en Moria, un campo masivo de refugiados (o concentrados). Con mas años, algunas canas ya y, frecuentemente, con un poco menos de esperanza en este mundo loco en el que vivimos, pero con las mismas ganas de siempre.

He de reconocer que esta vez me embarqué en este proyecto con un poco de miedo a no estar preparada mental y emocionalmente para lo que me han ido adelantando que me iba a encontrar allí: mujeres violadas y traumatizadas, personas que viven en un continuo día de la marmota, sin encontrar la forma de salir de esa tierra de nadie en la que se encuentran.

Pero entonces el otro día apareció esta chica en la clínica en la que trabajo y mis compañeras dijeron 'mira Carolina, el universo te la ha mandado para que te vayas haciendo el cuerpo'. Esta chica (una más de muchas en estos años), de 18 o 19 años de los que parecen 15, venía acompañada de voluntarias de la cruz roja, casi recién llegada de un, imagino, larguísimo y terrible viaje desde Guinea Conakry. Ahora paro y os animo a buscar en un mapa donde está ese país y a que os imaginéis como sería llegar desde allí hasta la costa del norte de África para luego montaros en una patera sin saber nadar. Yo estoy en Europa, he cogido dos aviones, un taxi y un bus y mi madre casi me ha hecho mandarle por WhatsApp todos mis pasos y todos los contactos de mi agenda...

En fin, el viaje de esta chica tuvo como resultado un embarazo odiado ('no deseado' no me parece que haga justicia a la situación), producto probablemente de las repetidas violaciones de su 'protector de viaje' y/u otros salvajes, así como un par de visitas al hospital por unos dolores de espalda de origen desconocido que la tienen sin poder ponerse derecha (¿alguna paliza quizás?) y varios intentos de acabar con el embarazo a base golpearse o lanzarse contra su propia barriga. Y cuando la recibimos y comienzo a hacerle una ecografía ella está como ausente, ida, pero poco a poco, cuando empiezo a hablarle en mi oxidado francés (de mierda y de duolingo) comienza a abrirse, habla conmigo e incluso termina abrazándome. Le digo que va a estar bien y que podrá tener los hijos que quiera, si quiere, cuando ella lo decida; y que llegar donde ha llegado significa que es una de las mujeres más fuertes del mundo y que por lo tanto va a conseguir estar bien. Le digo todo esto de corazón, pero en el fondo me destroza saber que es muy posible que en unos meses todo este sufrimiento puede no haber servido para nada y que esta mujer, como tantas de las que hemos atendido antes, puede acabar como mínimo deportada a su país, si no, quién sabe dónde y cómo.

La historia termina (para mí) cuando tanto yo como mis compañeras nos quedamos a su lado mientras se duerme antes del procedimiento de la interrupción del embarazo y seguimos ahí cuando se despierta al terminar. Y ella, aunque bastante ausente aún, parece no querer irse nunca de su cama y su habitación porque probablemente en mucho tiempo casi nadie la ha hecho sentirse segura y la tratado como las personas que no han hecho nada malo merecen ser tratadas.

Así que NO, ni las personas ni las decisiones que las mujeres toman sobre sus cuerpos y sus úteros pueden ser ilegales ni deben ser moneda de cambio de los politicuchos de turno.

Por último, y tras una llegada bastante accidentada a Atenas, no quiero dejar de agradecer a todas las personas que han hecho posible que mi maleta haya venido de nuevo a Grecia cargada de medicamentos y mi cartera bastante cargada para poder seguir comprando lo que vaya haciendo falta. Si continúo escribiendo (que probablemente no sea tanto como os gustaría porque me gustaría dedicar mi tiempo a vivir la experiencia) o aparezco en las redes sociales, podréis comprobar que mi sacrificio ha sido tener que vestirme casi cada día con la misma ropa porque me he quedado sin poder transportar más! 🤣

Entre todas, ya sea con aportación económica o de tiempo, apoyo emocional, compartiendo la causa, manteniéndonos firmes y luchando por nuestros derechos y los de las demás o, simplemente, tratando de tener un poco de empatía con las personas que viven situaciones diferentes a las nuestra, aunque no lo parezca, podemos seguir haciendo que cuente 😉

Hasta la próxima!


 

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