Keblinger

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Regala tiempo

| martes, 5 de marzo de 2019
El voluntariado es algo que suele verse desde fuera como algo desinteresado, pero eso no es cierto del todo. Todo el que lo haya probado alguna vez sabrá lo adictivo que puede llegar a ser sentirse útil y que en las actividades en las que se invierte tiempo en los demás frecuentemente se acaba recibiendo más de lo que se da.


Los voluntarios invertimos nuestro tiempo y a menudo nuestras vacaciones y dinero. Es habitual que tengamos que dejar en casa las comodidades a las que estamos acostumbrados, que compartamos baño y habitación con otros voluntarios, despidiéndonos de cualquier tipo de intimidad, y que tengamos que adaptarnos a los recursos que tengamos disponibles, como tener que preparar el café por tandas, cocinar con los mínimos utensilios disponibles o tener que organizarnos para que el único coche que hay sirva para todas las gestiones que cada día hay que hacer.



Además, una vez que se ha terminado el trabajo, que pueden llegar a ser 8 agotadoras horas, hay que encargarse del resto de tareas, como limpiar y esterilizar el instrumental o hacer inventario de la medicación. También hay que encargarse de las cosas de la casa, como la limpieza, la colada, las compras y la cocina. En nuestro caso todas esas tareas han sido intensas, ya que debido al terrible invierno la casa acabó llena de moho y hubo que limpiar y frotar todas las paredes, a la vez que se realizaba una, al parecer, casi imposible cruzada para encontrar un nuevo piso en una zona logísticamente mejor. Y por si todo fuera poco, el coche de la organización fue requisado por parte de las autoridades griegas, con multa de 5000 euros a mi compañero, de una forma incomprensible e injustificada, lo que complicó nuestra existencia y la de la Ong y provocó que todos gastasemos una gran cantidad de energía, aparte del dinero que hace falta para alquilar otro vehículo con el que movernos mientras se consigue solucionar el asunto. Todo esto hace que cuando llegue la noche todo el mundo acabe agotado.


Pero nosotros, los "occidentales" que nos podemos permitir coger unas vacaciones y pagar un billete de avión, no somos los únicos voluntarios. Para que un proyecto como el de Rowing funcione tiene que colaborar mucha más gente. Primero, gente comprometida desde el lugar de origen, en este caso España, donde un montón de gente dedica tiempo y energía a preparar protocolos, actualizar inventarios, buscar y organizar voluntarios para el terreno y, sobre todo, buscar financiación y socios o colaboradores. Porque claro, todo esto que he contado antes, tanto la medicación como la vivienda y el transporte, cuesta dinero. Pero a parte de toda esta gente también hay otros voluntarios que son parte imprescindible de los proyectos: los mediadores culturales y traductores, sin los que, por mucho inglés que hablemos, no somos nada. 

Estos mediadores culturales suelen ser refugiados que hablan varios idiomas y que también aportan su tiempo de forma prácticamente desinteresada. Nos hacen de puente con personas que vienen de un contexto cultural y social muy diferente, y todo ello teniendo que decir cada pocas semanas adiós a personas a las que, sin poder remediarlo, acaban cogiendo cariño. Al igual que nosotros, cuando ellos llegan a casa tienen muchas tareas o responsabilidades, en este caso tareas más importantes como cuidar de los miembros de su familia y luchar por conseguir llegar a la tierra prometida, pero con una gran diferencia: ellos no tienen una visa o mastercard que haga más fácil su vida, no pueden marcharse de la isla dentro de unas semanas (ni años incluso) y, por supuesto, no pueden volver a su casa donde, aunque ya no salga en las noticias, siguen poniendo bombas y cortando cabezas. Así que sí, una vez más todos nuestros sacrificios e incomodidades son una tontería al lado de las suyas.

En estas semanas he tenido la gran fortuna de conocer y trabajar con personas maravillosas, entre ellas Laila y Kazim, afganos, como la gran mayoría de las personas que viven en Moria y que atendernos en la clínica. Laila, dulce como el azúcar con un poquito de café que le gusta tomar de vez en cuando, y Kazim, tímido pero capaz de hablar con mujeres mayores sobre pudorosos asuntos ginecologicos. Ellos hacen nuestra vida infinitamente más fácil en Lesbos y nos dan cariño aun sabiendo que nos vamos a marchar. Es difícil despedirse de personas así, a las que no es fácil ayudar a salir de allí, sin estar segura de si las volverás a ver y sin saber que será de ellas en el medio o largo plazo. No se puede evitar dejarles un trocito de corazón, pero no puedo ni imaginar lo difícil que será para ellos vernos marchar a nosotros, escuchando frecuentemente que "no queremos irnos de allí" cuando ellos harían lo que fuera por marcharse a otro lugar. 


Además me apena ver que las organizaciones pequeñas, que son las que definitivamente no derrochan sus recursos, frecuentemente no cuenten con los suficientes medios como para asegurar que estas personas puedan tener el salario que se merecen después de trabajar tan duro. En cualquier caso ellos, como nosotros, también reciben otras cosas a cambio, como la satisfacción de ayudar a sus paisanos y la posibilidad de establecer contactos y lazos con gente de otros países que no dudarían en ayudarles en todo lo posible. 

En fin, ahora, de nuevo entre silla y silla de aeropuerto, me acuerdo del miedo que tenía hace un par de semanas mientras me dirigía a Lesbos. Y me paro a pensar en que quizás ahora tengo incluso más miedo que antes de volver a la rutina, ya que todas las cosas vistas y vividas se digieren al llegar a casa, y aunque la vida siga la persona que vuelve nunca vuelve a ser la que se fué, ya que dejó algunas cosas allí y se trajo otras nuevas. 


Yo por mi parte seguiré remando desde España, formando parte del equipo tierra de Rowing, y os animo a colaborar en encontrar posibles voluntarios que den continuidad al proyecto (donde por cierto ha sido imposible encontrar relevo ginecólogico para mí este mes), pero también de forma económica, aportando, quien pueda, lo que pueda. Si sois de los que no os hacéis socios de grandes ong porque no os fiáis, organizaciones pequeñas como Rowing Together celebran cada vez que consiguen un socio que aporte uno o cinco euros al mes, y puedo dar fe de que ninguno de ellos se derrocha. Así, ojalá pronto no tengamos que "abusar" del buen corazón de todas las Lailas y Kazims que hay por el mundo, y sólo lo hagamos de los que tenemos tiempo y dinero suficiente para hacerlo, entre otras cosas, por satisfacción personal.


Me despido con una reflexión: no hay mejor regalo que nuestro propio tiempo.

Hasta la próxima!


Donaciones: CCC: ES37 0081 0316 08 0001 329642 BIC CODE: BSABESBB
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Remando juntas

| lunes, 4 de marzo de 2019
Lesbos, junto con otras partes de Grecia, se ha convertido en una zona de crisis. Esto ya no es una zona de tránsito en la ruta de migración desde Oriente Próximo, Asia y Africa; se ha convertido en una de las barreras que la Unión Europea ha puesto para impedir que estas personas lleguen, de hecho, a Europa. 



En la isla hay algunos algunos campos de refugiados, el más grande y principal es Moria, que no es un campo sino un punto caliente por el que todos los "refugiados" (y entrecomillo porque muchos de ellos nunca obtendrán ese reconocimiento oficial en Europa) tienen que pasar una vez que bajan de la barca y son detenidos por la policía. Además será el lugar donde muchas de estas personas que llegan pasen años, sí, años de su vida, sin nada que hacer. 

Moria, un antiguo centro militar, es un lugar verdaderamente feo, pero no sólo feo sino conflictivo e incluso peligroso a veces. Las personas que allí viven, hacinadas en tiendas y contenedores, tienen libre acceso para salir y entrar del campo, pero los voluntarios y personas que no trabajamos en el propio campo tenemos prohibida la entrada.

En el campo no es nada raro que se produzcan altercados y peleas, sobre todo en lugares como la "cola de la comida",  donde incluso te recomiendan no ir si al final entras al campo. Ni hay que decir que en esa cola de comida se reparte todos los días prácticamente lo mismo, una comida baja en nutrientes, verduras y proteína, que no entiende de niños y adultos.

Pero en todo este caos y desesperación han nacido y coexisten muchas iniciativas y organizaciones que reparten esperanza, motivación y que intentan incluso fomentar la convivencia de autóctonos y migrantes. Y con ellas muchas personas que se han desplazado a la isla a intentar aportar su granito de arena y que sufren a veces un verdadero acoso por parte de las autoridades y las mafias.

En estas semanas he tenido la oportunidad de conocer y visitar algunas de estas organizaciones, aunque con tanto jaleo no me ha dado tiempo a colaborar de alguna forma con ellas.



Existen organizaciones de fondo jurídico, que asesoran a los refugiados sobre los procesos de entrevistas y asilo, y otras que hacen actividades con los niños y los sacan del campo por unas horas.


En ese sentido hay dos orgazaciones que están haciendo una labor impresionante. La primera es Home for All, la Ong griega de Katerina y Nikos, pareja que comenzó a ayudar a inmigrantes en 2014 y que ahora ofrece un lugar donde los refugiados pueden salir de Moria para disfrutar de una comida sentados alrededor de una mesa, además de aprender música, inglés u otras actividades. Además, ellos reparten comidas adaptadas a colectivos más vulnerables, como personas diabeticas o mujeres embarazadas. Home for All (https://www.facebook.com/HomeForAllOfficial) es un lugar donde griegos, refugiados y voluntarios se unen para compartir una comida respirando tranquilidad o para celebrar un evento comiendo y bailando, entre otras cosas.


El segundo proyecto es el de Julio, que con su Movil Kitchen (https://www.facebook.com/movilkitchen/), una cocina instalada en el contenedor de mercancias, reparte cada semana cientos de comidas que, además de ser mucho más nutritivas y variadas que las que se reparten en Moría, están buenísimas y hechas con mucho amor por él mismo y por refugiados. Además, Julio es el encargado de que los voluntarios de Rowing Together no pasemos hambre a mediodía y nos prepara desde un potaje de garbanzos hasta una paella, siempre acompañados del impresionante pan tipo pita (o sábana, como a mí me gusta llamarles) preparado por refugiados afganos y que es el culpable de que a la vuelta no me pienso pesar en al menos un mes.



Otro proyecto muy importante es el Hope Project (https://www.facebook.com/HopeProjectKempsons/), donde aparte de un almacén de ropa, hay un centro de artes, donde los refugiados pueden ir a aprender a pintar, hacer ceramica o a tocar un instrumento y donde desde que entras se respira paz y tranquilidad, a la vez que te sobrecogen las obras que cuelgan se las paredes y que a veces parecen de pintores experimentados.


Otras iniciativas han nacido de mano de autóctonos, como Nan, un restaurante en el centro de Mitilene, creado por cuatro mujeres para ayudar a la integración de los inmigrantes, que trabajan en el local, y donde se come una comida mediterránea y oriental que además de estar mucho más que deliciosa es repartida entre los más necesitados en caso de sobrar, asegurándose de que no se desperdicia nada. 

Y entre tanta iniciativa y gente buena (y no tan buena y que intenta sacar tajada de la crisis) en la clínica de Rowing hemos seguido recibiendo todos los días a muchas mujeres, algunas con problemas y otras con las que nos reímos mucho, cómo la señora de 22 años en papel (y más de 22 en cada pata en la realidad) que no deja de visitarnos y de decirnos con una gracia innata que a los médicos les encanta jugar con su útero.  Aparte de hacer ecografías, tratar problemas médicos y explicar cosas de la fisiología normal de la mujer que ellas piensan que son un problema, nuestra tarea, consiste también en asegurarnos que tanto las embarazadas como las mujeres supervivientes de violencia sexual son reconocidas como más vulnerables y obtienen la ayuda que necesitan. Eso requiere normalmente rellenar varios papeles, contactar con otras organizaciones y numerosos paseos de nuestra coordinadora Fabiana desde la clínica hasta el campo y volver.


Una vez que has comprendido un poco como funcionan estos procesos y el puñetero ecógrafo, que junto con un máster en matemáticas y dos o tres aplicaciones y tablas en el móvil hacen posible comprobar que todo vaya bien en el estado y crecimiento de los futuros bebés de Moria, ya es prácticamente el momento de darle el relevo al siguiente equipo.

Y dentro de este y otros caos ha discurrido mi segunda semana en Lesbos, donde las mujeres no han dudado en regalarme una buena despedida, con un ataque epiléptico para comenzar la última mañana, junto con una amenaza de parto prematuro, un embarazo con unas varices del tamaño de un puño, un aborto incompleto, una sospecha de retraso de crecimiento intrauterino y varias derivaciones al hospital y otras organizaciones médicas. En conclusión, con una buena migraña para terminar la semana! Y una buena cena por supuesto :)

Ahora es tiempo de volver a casa y dejar a Rocio, matrona que ha trabajado codo a codo conmigo en los últimos días y que no ha dejado de esforzarse en aprender todo lo posible sobre ecografía y otras cosas, y a Omar, medico de familia, a cargo de la clínica, ya que finalmente no se ha podido encontrar a ningun/a ginecólogo/a que me diera el relevo. Seguro que ellos seguirán cuidando de las mujeres lo mejor que puedan. 

 

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